sábado, 21 de septiembre de 2013

Capítulo 4. La realidad.

Anne seguía incrédula a Christine y a Samantha. Tenía ganas de volver a sentir el sol en su piel. Christine saltaba cada dos pasos y cantaba con toda la alegrìa habida y por haber en aquel mundo. Por el contrario la seriedad de Samantha llegaba a asutar a Annie. ¿Qué sería aquello que cruzaba por la mente de Samantha una y otra vez. Cruzaron la multitud de galerías que recorrían aquellos túneles. Agradecía el tener las guías de las pequeña, sabía que si hubiera ido sola se habría perdido. Mientras tanto James llegaba a casa de su hermano Eric. Se bajó del coche con lentitud y respoló pasándose la mano por la cabeza. Se peinó un poco y se fue alejando poco a poco del coche. Llamó a la puerta.— Ding, dong. —Dentro de la casa Eric y su esposa se giraron bruscamente. No se esperaban a James tan pronto. Erc se levantó y besó la mejilla de Vanessa.— Ya voy yo. Ve a lo de la habitación, seguramente quiera pasar la noche aquí. No creo que vaya a conducir otra vez. —Le dedicó una sonrisa y fue hacia la puerta. Abrió la puerta.— Hombre... Dichosos los ojos hermanito. Cualquiera es digno para verte eh. —Abrió sus brazos y abrazó a James. James le devolvió el abrazo.— Hombre... Si tengo que venir hasta el culo del mundo para ver su grano más correoso normal que no venga tanto. —Dijo James. Ambos se miraron y ninguno d los dos pudo evitar soltar una gran carcajada. Entraron en casa y cerraron la puerta. Fueron hasta el salón donde se sentaron en el sofá. Vanessa apareció 15 minutos después. Mientras Eric y James habían estado hablando de asuntos cotidianos, cosas como trabajo y eso. Nada importante vamos.— Vaya hermano... ¿Qué le das a Vanessa para que esté aún contigo? —Le dio un pequeño codazo a Eric y este negó con la cabeza. Iba a responderle pero se adelantó ella.— Será de lo bien que me trata. No como tú en su día James. —Este tragó saliva al escuchar aquello. Hay que decir que Vanessa y James fueron pareja hace bastantes años, a pesar de la edad de James. Se sentía algo incómodo en ese momento por lo que decidió cambiar de tema.— Me dijo que tenías un libro para mi. ¿Dónde está? — Eric y Vanessa cruzaron sus miradas. Las mantuvieron casi durante un minuto.— Sí... Está en la otra habitación. —Dijo Eric sin dejar de mirar a Vanessa.— Lo hemos leído. Bueno, lo que se puede leer. —Añadió Vanessa justo antes de sentarse junto a Eric. James los miró a los dos. No sabía que tenía que decir, ellos ya lo habían leído y habrían sacado sus conclusiones. Se quedaron quietos, los tres, mirándose mutuamente. James se levantó y caminó hacia el libro. Se giró para mirarlos. Volvió al sofá y abrió el libro. Comenzó a leer por donde lo dejó la última vez.

Anne, Samantha y Christine empezaban a ver la claridad de la luz. Una sonrisa asomó en el rostro de Anne.— Jamás me alegré tanto de ver la luz del sol. —Samantha se quedó quieta, llevándose una mano a la frente para darse sombra a los ojos. Miró a un lado y a otro para luego girarse hacia Anne.— Vamos. En unas horas anochecerá y será peor. —Anne no comprendió aquello. ¿Ponerse peor? Había pasado miles de noches acampada en lugares inhóspitos y muy pocas veces se había topado con el peligro. Quizás porque iba con James y este se encargaba de protegerla. Asintió con la cabeza y siguió los pasos de Samantha. Christine saltaba de un lado para otro, como era normal en ella, aunque ahora no gritaba con cada salto. Sino que era más precavida. Salieron a los pies del volcán. El sol se estaba ocultando a sus espaldas. Llegaron a los pies del volcán donde había una pequeña granja. Bajaron por el sendero hasta llegar a una valla. Esta separaba la granja del resto de la naturaleza. Anne se percató de que había 2 grandes edificios y uno más pequeño. Antes de que pudiera preguntar nada habló Samantha.— Aquel es el granero, el otro es la casa de la familia y el más chico es el almacén donde el granjero guarda los trastos para la granja. —Samantha y Christine pasaron entre las barras de madera que formaban la valla. Anne tuvo que pasar por encima de estos. Anduvieron durante un kilómetro más o menos hasta que de repente se quedaron quietas. Escucharon un enorme estruendo proveniente del volcán. Asustadas creyeron que se trataba de una erupción. Pero no. No era una erupción.  No había humo ni nada parecido. Se extrañaron del sonido pero continuaron. La noche seguía avanzando y no tenían ningun lugar donde poder refugiarse. Siguieron caminando hasta que empezaron a dolerle los pies y el camino se complicaba cada vez más. Apenas veían lo que tenían delante ya que las nubes cubrían el cielo por completo. Anne agarró a las pequeñas de las manos y buscó a ciegas un lugar donde poder sentarse.— Tenemos que encontrar o fabricar un refugio. No me gusta la idea de estar aquí en mitad y menos al aire libre. Decidme ¿Queda aún muy lejos la casa del granjero? —Anne miró primero a Samantha y luego a Christine. Samantha estaba pensativa, intentando calcular la distancia desde la valla. En cambio Christine estaba tranquila, miraba a su hermana y luego a Anne. Samantha abrió la boca, pero antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, Christine gritó.— ¿Qué es lo que pasa? —Le preguntaron Anne y Samantha a la vez. Temblorosa y asustada Christine se levantó del suelo. Se frotó las mejillas con ambas manos y corrió hacia Anne. Se lanzó a los brazos de la chica.— Sa... Sa... Sa... Sangre... —Christine balbuceaba. Anne alzó una ceja y se extrañó. Antes de que pudiera reaccionar Samantha dirigió sus manos al suelo. Cerró los ojos y se concentró.— Flama. —Dijo tras abrir sus ojos. Sus manos empezaron a brillar emitiendo una luz muy ténue. Se paralizó al instante. La luz se esfumó. Anne cogió a Samantha de una mano y corrió con ellas de nuevo hacia la valla. Nada más girarse se volvió a escuchar el mismo estruendo aunque esta vez lo acompañó un destello de luz no muy lejos de donde estaban. Aquel destello cegó momentáneamente a las pequeñas. Anne divisó la silueta de un edificio no muy lejos de donde estaban.— Corred. —Anne seguía llevando a Christine en brazos aunque soltó la mano de Samantha. Llegó a la puerta y le dio una patada para abrirla. La puerta se resistía. Dejó a Christine en el suelo y llegó Samantha. Christine agarró la mano de su hermana. Anne buscó un tronco o una vara para poder tirar la puerta abajo. Encontró un hacha de mano. Aunque estaba algo oxidada y mellada la cogió. Lanzó golpes a diestro y sinistro hacia la puerta. Partió la puerta y volvió a patearla, esta vez con éxito. Entraron en el edificio. Christine fue a encender la luz. Anne arrastró un tablón de madera y lo dejó caer contra el marco de la puerta. Tapaba la mayor parte de esta. Samantha se fue con Christine. Demabularon un poco por la casa mientras encendían las luces. Misteriosamente la electricidad seguía estando en la casa. Llamaron a Anne cuando llegaron a la cocina.— ¿Habéis encontrado la despensa? —Las pequeñas negaron con la cabeza. Fueron hacia lo que parecía ser el salon. Se tumbaron en los sofares mientras Anne buscaba la despensa. Deambuló por toda la casa hasta que encontró una trampilla que parecía llevar a un sótano secreto. Alzó una ceja y buscó una linterna. La encontró en un cajón de la cocina. La encendió y bajó por la trampilla.

— ¿Hola? —La voz de Anne llenaba el vacío de aquel lugar. Estaba frío y húmedo. Bajaba las escaleras con excesivo cuidado aún no sabía lo que se podía encontrar allí abajo. Terminó de bajar aquella escalera y volvió a preguntar.— ¿Hay alguien ahí? —Esperó unos segundos para que le respondieran pero al ver que no lo hacían se relajó un poco. Comenzó a ojear todo la bodega con la linterna. Descubrió que allí es donde se guardaba la comida. Descubrió la despensa. La mina de oro en ese momento. Los ojos le comenzaron a brillar antes de girarse hacia la trampilla.— ¡Samantha! ¡Christine! ¡Venid! ¡Está aquí la comida! ¡Daos prisa! —Gritó a pleno pulmón. Buscó con la linterna el interruptor. Lo encontró pero no sin antes recibir un pequeño susto mientras alumbraba a las paredes. Vió como algo parecía moverse intentando esquivar la luz. En ese momento no le dio demasiada importancia, sino que estaba pensando en lo que podía preparar para cenar. Las pequeñas llegaron y bajaron. Anne encendió la luz. No había nada extraño. Solo cestas con frutas y sacos con hortalizas, además de unos cuencos de madera con carne.— Samantha, coge ese saco. Christine, tú coge esa cesta. Que yo cogeré el cuenco. —Las niñas obedecieron y subieron. Anne estaba buscando aún un par de cosas más cuando de detrás de un barril que había en una esquina apareció rodando una manzana mordida.— Pero... ¿Qué cojones? —Se quedó algo sorprendida al ver la manzana. No podía moverse, algo la inmovilizada. Una mano se asomó y cogió la manzana. Volvió a esconderse y se escucharon algunos sollozos de fondo. Anne se acercó hasta quedar a apenas unos palmos de la esquina.— No voy a hacerte nada. Todo ha terminado. —Tendió la mano hacia la esquina. Esa persona la agarró. Anne se desmayó y despertó.